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Stephen King a través de mis ojos

[ Nuria G. Sarralde ]
En una ocasión un amigo vino a casa, y al ver mi oprimente colección de libros, sólo supo hacer el siguiente comentario: «Lees demasiado a Stephen King». Lo dijo como si fuera algo malo. Claro que no se dio cuenta de que, por entonces, la cantidad de libros de Stephen King entre las baldas era comparable a la de Miguel Delibes. Seis volúmenes más han pasado a engrosar la lista desde aquel día.
No es el único en considerar a este autor como algo no precisamente recomendable. Soy consciente de que cuando, en ocasiones, declaras dentro de una conversación que te gusta Stephen King, nunca falta alguien que te mire con cara rara, como diciendo: «he aquí otra paranoica». Bueno, en tal caso sólo me queda decir que el mundo debe estar lleno a rebosar de paranoicos, y no me importa ser una más de ellos.
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No recuerdo qué fue lo primero que leí de Stephen King. Quizá fuera Las dos después de medianoche, no lo sé, pero desde luego, fuera lo que fuera, me debió gustar, sin lugar a dudas, porque repetí. Y repetí, y repetí.
Con esto no intento haceros creer que soy la fan número uno de Stephen King, porque sería mentira, ni que todos sus relatos son una maravilla, porque tampoco sería cierto. Incluso he de admitir que en ocasiones el desenlace final es el que esperabas desde un principio, como ocurre en el caso de Cementerio de animales. Pero sí me gustaría dejar claro que Stephen King no es simplemente un escritor de obras de ficción y terror, capaz, según cuentan algunos, de quitarte el sueño en las noches más oscuras. Un autor que sabe dónde y cuándo deslizar un dedo fantasmal por tu espalda, y hacerte temblar, eso tal vez sí, pero de ahí a quitarte el sueño y tenerte temblando bajo las sábanas… Por lo menos a mí nunca me ha sucedido. ¿Quieres pasar verdadero pánico? Léete Cien años de soledad, de García Márquez, y entonces puede que te eches a temblar, y con razón.
Si he de ser sincera, tal vez tenga que reconocer que las obras de Stephen King son, hasta cierto punto, fáciles de escribir. Tomas un poco de terror de aquí, algo de ficción de allá, unas gotas de sangre y al monstruo que todos escondemos en el armario, lo mezclas todo bien mezclado y obtienes un best-seller seguro. Aunque, por supuesto, eso no puede ser todo, ¿no? No es posible que sea tan sencillo, ¿verdad? Pues no, no es tan sencillo. Porque a parte de los ingredientes esenciales, es necesario saber contar las cosas, saber poner los pensamientos en palabras, y hacer que éstas lleguen al lector con la sencillez de un río que culebrea hasta el mar. Y eso es algo que Stephen King puede hacer mejor que ningún otro, porque él sabe cómo contar las cosas, cómo hacer que te deslices primero dentro de la historia y luego a través de ella, cómo hacerte sentir como si realmente estuvieras dentro del libro, y no simplemente leyéndolo. Eso es algo que no todos saben hacer.
Otra cosa que me gustaría destacar, y que en mi opinión casi nadie tiene en cuenta (sobre todo las personas que no han leído nunca a Stephen King porque de antemano lo consideran un autor meramente de ciencia-ficción, sin ningún otro valor que el de hacerte pasar un buen o mal rato con sus novelas), es su sentido humano. Me explico: pocos autores son capaces de defender a las personas raras, excéntricas, diferentes, outsiders, como él los denomina, tal y como él lo hace. Y sobre todo a los niños. Ignoro cómo sería la infancia de Stephen King, y si sus compañeros de colegio se las hicieron pasar más negras que a Cain cuando mató a Abel, pero algo tuvo que pasar para que Stephen King sea el mayor defensor de niños y adolescentes inadaptados que conozco. Para ello sólo es necesario leer su famoso lanzamiento al éxito, Carrie, donde trata la historia de una forma tan especial, poniendo tanto cuidado en hacerte comprender a su protagonista, que en ocasiones llegas a olvidar que estás leyendo un libro y piensas que si te encontraras con todas esas niñatas estúpidas les volarías los dientes de un puñetazo y le brindarías tu amistad a Carrie, porque todo lo que ella pide es una amiga. Más aún, el relato queda resumido en el siguiente verso, que supuestamente Carrie escribió para su clase de lengua:
Jesus watches from the wall. But his face is cold as stone. And if He loves me -As she tells me-, why do I feel so all alone? (Jesús mira desde la pared. Pero su cara es fría como la piedra. Y si Él me ama -como ella dice- ¿Por qué me siento tan completamente sola?)
Aunque éste no el único caso. En Christine encontramos a Arnie, un adolescente poco agraciado y tímido con un corazón enorme, que tras muchos esfuerzos consigue salir con la chica de sus sueños, y tener la mala suerte de comprarse un coche poseído que lo convierte en una persona completamente distinta. Pero no por ello dejas de quererlo a lo largo de toda la historia. Y es en esta historia donde Stephen King ha escrito, en mi opinión, una de sus mejores frases, y al mismo tiempo una de las mayores verdades que jamás he leído:
‘I’ll tell you this: love is the enemy. Love is the old slaughter. Love is not blind. Love is a cannibal with extremely acute vision. Love is insectile; it is always hungry’. ‘What does it eat?» Friendship. It eats friendship’. (Te diré esto: el amor es el enemigo. El amor es el viejo carnicero. El amor no es ciego. El amor es un caníbal con una visión extremadamente aguda. El amor es insectívoro; siempre está hambriento. – ¿Qué es lo que come?- Amistad. Come amistad.)
También he de incluir It (sí, dirá alguno, la que va del Coco que se escondía en las alcantarillas). Pero no es el Coco lo que te hace saltar en la silla mientras lees la novela. Lo que te hace saltar son las aventuras y desventuras de ese grupo de niños que se pasa la vida huyendo de las palizas de los bravucones de turno, la unión que mantienen entre ellos, su forma de defenderse mutuamente, sus ansias por triunfar en la vida. O cómo sabe meterte en la piel de un niño de cinco años, en El resplandor, o en la de una niña de ocho, en Ojos de fuego. ¿Y qué hay de Eclipse total? Nunca he leído Cinco horas con Mario, de Delibes (es algo que llevo años queriendo hacer; no sé por qué siempre acabo posponiéndolo), pero si el monólogo es tan bueno como el de Dolores Clairborne, si es capaz de hilar en palabras con una sencillez abismal como el autor cuenta aquí la historia de una mujer asesina por necesidad, por la necesidad de defender a su hija del acoso ilícito de un padre, de verdad debo estar perdiendo el tiempo mientras leo cualquier otra cosa. De este libro, que afortunadamente para vosotros he leído en español, porque dudo que mis traducciones sean ni remotamente perfectas, me gustaría destacar dos citas:
El tiempo es un gofo, ya se sabe, igual que los que se extienden entre las islas y la península, pero el único ferry que puede cruzarlo es la memoria. Y eso es como un buque fantasma: si deseas que desaparezca, al final lo consigues.
Siempre me he dado cuenta de que cuando una chica se encapricha por un chico sus ojos pueden volverse tan brillantes que parece como si alguien hubiera encendido una linterna por detrás. […] Pero eso no era lo peor. La luz que antes había allí también había desaparecido: eso era lo peor. Mirarla a los ojos era como mirar las ventanas de una casa que alguien ha abandonado sin acordarse de bajar las persianas.
Y ya para terminar, una de las obras que más me han impresionado, y cuyo desenlace ni remotamente sospechaba, incluso a cien páginas del final. Probablemente la única novela de Stephen King capaz de poner lágrimas en los ojos a cualquiera, y donde el único elemento terrorífico es la propia crueldad humana, algo con lo que tenemos que convivir a diario. Esta obra se vendió en su día en seis entregas, bajo el título El pasillo de la muerte (The Green Mile, en versión original), aunque hoy en día puede encontrarse en un único volumen. Desde luego recomiendo su lectura, pudiendo asegurar que lo único ficticio de la misma podría ser el enigmático, silencioso y entrañable personaje de John Coffey, con el que te encariñas nada más conocerlo. Creo que tras esta obra llegué a una conclusión propia: puede haber autores que alardeen de querer a todos sus personajes por igual, cosa que siempre me ha parecido un tanto difícil, pero desde luego Stephen King no es uno de ellos. Y si alguna vez testifica lo contrario, en este relato lo disimula muy bien.
A lot of things don’t matter, but it doesn’t keep a man from wondering about them, I’ve noticed. (Me he percatado de que hay un montón de cosas que no importan, pero esto no evita que un hombre siga pensando en ellas.)
Si después de esto sigues pensando que Stephen King es sólo para paranoicos y amantes del terror, creo que he perdido el tiempo. O tal vez sea que no sé expresarme.

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1 comentario

  1. tienes toda la trazon,,, Stephen King es un genio,,,tu tambien eres genial

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