➜ PÁGINA DE ARCHIVO. SIN ACTUALIZAR
➜ Actualmente la revista está en stand-by y no acepta manuscritos.

Entrevista a Carmen Martín Gaite

[ Entrevista por Amaia Uriz ]
(Soria, 5 de julio de 1998)
Cuando la septuagenaria divisó el Pico Frentes, camino de Valonsadero donde se realizó la entrevista, admiró su belleza y la relacionó con una figura literaria: el elefante que se había tragado un sombrero, que describiera El Principito de Saint Exúpery. Carmen Martín Gaite vive la literatura desde los ocho años, cuando empezó a rellenar sus cuadernos de notas.
¿Qué queda de aquella mujer que se asomó Entre visillos hace 40 años?
No deja de ser curioso, aunque ha sido totalmente casual, que haya tenido que pasar tanto tiempo para que retomase el tema de la provincia en una novela como lo hago en Irse de casa. Sin embargo, ahora me he asomado y he visto una cosa muy distinta. Las ciudades de provincias tienen algo parecido, estable, muy invariable, como es el chismorreo. Eso sigue. Pero en cambio, ha variado muchísimo la vida, la mentalidad de la gente joven. Me gusta saber qué piensa la juventud de ahora, no tiene nada que ver con lo que éramos antes, tiene más libertad, las esperanzas que acaricia son distintas, los tabúes con los que se enfrenta han cambiado. Ha desaparecido la sensación de no ser capaces, en la mujer más que en el hombre, de proyectar sus opiniones y decir lo que sienten.
Continuar leyendo ::
Cuando se enfrenta a una página en blanco, ¿qué le resulta más difícil escribir, una novela, un cuento o un poema?
Necesito, al menos, dos años para terminar una novela. Además no tengo por qué escribirla de corrido. Tomo notas en mis cuadernos sobre un personaje, sobre la sensación que me produce una cosa, un acontecimiento y tal vez, esas notas con el tiempo se convierten en trama. Un cuento o un poema es el resultado de una idea, son fruto del momento.
De los autores que han influido en su trayectoria literaria, ¿cuáles se han convertido en imprescindibles?
Creo que la literatura clásica, la llamada literatura clásica tanto española como extranjera. Se lee poco, tal vez porque se obliga en los institutos, pero cuando te acercas a ella, cuando lees a Pío Baroja, por ejemplo, por el gusto de ver cómo maneja la palabra y cómo avanza en el proceso creativo, vas conociendo a la gente que aparece en la novela a través de las pistas que dan otros protagonistas, ese tipo de cosas te las enseñan los grandes. Además de por mi edad, que me ha dado tiempo a leer mucho, siempre he leído mucho porque ha sido mi vicio.
También traduce.
Tengo la suerte de no vivir del oficio de traductor, por lo que puedo elegir qué hacer. Es un privilegio, claro, porque al traducir me tomo todo el tiempo que necesito. Ahora estoy con Jane Eire. ¡Es increíble lo de esas mujeres! Las tres hermanas Brontë, que teniendo sólo las enseñanzas de un padre autoritario y viviendo con un hermano algo loco, fueran capaces de sacar de ese encierro esa agudeza de percepción para poder volar. Es otra demostración de que la literatura no es sólo la realidad, la literatura es volar sobre la realidad para verla mejor.
(No cesa de nombrar autores y obras para corroborar sus palabras.)
¿Cómo encuentra tiempo para mantenerse al día en la literatura?
Por desgracia, no tengo a nadie a quien atender. Era más raro cuando tenía una familia, pero ahora me despierto y tengo pocas cosas que me estimulen, que me den alegría, aunque los amigos me la siguen dando, pero claro, no están siempre ahí. Los libros, sí.
¿Lee en la cama?
Por supuesto, pero en mi mesilla no suelo tener narrativa, sino libros de pensamiento que me consuelan, como Sastre. También novelas policíacas, que para la cama son estupendas.
¿A quién recurre cuando se encuentra sola?
Cuando estoy mal procuro que no me vea nadie para no dar la lata.
¿Existen lugares para esa soledad?
Me gusta mucho ir al cine. De hecho, no tengo vídeo en casa porque si no, no trabajaría. Además, las películas hay que verlas en pantalla grande.
En sus novelas la gente habla, dialoga…
A mí me gusta mucho hablar y hacer hablar a la gente. También influye mucho el lugar y el momento. Por la noche, por ejemplo, la gente está más relajada. Igual que en mis novelas busco sitios recogidos, y poca compañía para escuchar.
¿Los premios son importantes?
Hay dos clases de premios. Los de la juventud, aquellos a los que te presentas y que te ayudan en tu carrera, como me pasó a mí con el Nadal, al que me presenté con un seudónimo. Estos tiene un plazo que se acaba en un determinado momento. No critico a nadie que se siga presentado a pesar de estar ya consagrados, pero yo no lo hago. Me parece disparatado que una persona reconocida gane el Planeta. Si se hace, imagino que tendrá sus razones.
¿Y el otro tipo de premio?
Son los que te conceden a lo largo del tiempo sin que los pidas. Jamás he hecho el menor movimiento para que concedieran alguno. Si lo ganaba me enteraba por teléfono. De esos he recibido tres muy buenos: el Príncipe de Asturias, el Nacional de las Letras, y el Premio de las Letras de Castilla y León.
¿Ha alcanzado todos sus sueños?
El mayor sí: escribir, que es muy distinto que ser escritora. Mi sueño es haber continuado contra viento y marea, habiendo tenido tantas razones para tirar la toalla. Creo que hay algo por encima de una, yo las llamo musas, que no sé en qué consiste, tal vez sea la gente que se ha ido y te amaba, que quiere que sigas persiguiendo tu sueño.
¿Y un sueño añorado?
Tener un nieto. Ese hubiera sido un sueño logrado muy grande.
¿Se le acerca la gente por ser quien es?
Mis amigos siempre se me han aparecido de pronto. Nunca me los he encontrado en un cóctel. Ignacio Aldecoa fue compañero de promoción, él entonces ya era escritor. Se fijaba en las cosas a las que nadie prestaba atención. Reconocía una Salamanca diferente a la de los demás. De su mano ingresé en Madrid en un grupo de personas muy interesante. Estábamos Bardén, Torrente Ballester, Jesús Santos…
¿Cómo era aquella época?
El dinero no era un dios como lo es ahora. No teníamos cuatro pesetas, pero nos íbamos al Manzanares y hablábamos, nos escuchábamos.
¿Nunca le ha interesado la política?
Me aburre más que una misa. Los políticos en cuanto se suben al podium se estropean. Son aburridísimos, además de unos incultos que no saben hablar. No sólo los de ahora. Cuando Franco, no me interesaba, ni como tema literario, ni como espectadora. Además, aquello de la censura tiene mucho cuento. Se auguraba que cuando muriera el dictador iban a desempolvarse novelas increíbles. Esto no sucedió. Los escritores podemos decir lo que queremos, sólo que entonces había que escoger caminos más difíciles. Aunque también los censores eran unos incultos, por tanto, fáciles de engañar.
¿Va a seguir escribiendo?
No puedo vivir de otra manera.
—-
Recordando aquel momento…
(por Amaia Uriz)
Muchas veces, cuando miro el asiento del copiloto en mi cochecito utilitario me acuerdo de que en él estuvo sentada Carmen Martín Gaite. Entonces era para mí una escritora sin descubrir. Había devorado alguna que otra de sus novelas, pero poco más. Recuerdo que antes de emprender camino, a propuesta suya, hacia algún lugar soriano para realizar la entrevista lejos de los muros del hotel, le eché una carta al buzón y compré el periódico donde salía ella fotografiada descendiendo del autobús que le había llevado de Madrid a Soria. Le hizo mucha gracia verse retratada, aunque aquella foto trajo cola. Nadie de la organización que había invitado a la escritora salió a recibirla. Fui yo quien avisó a la redacción para que alguien, fotógrafo o periodista (hoy, por la firma, veo que fue un becario), acudiera a la estación para inmortalizar la falta de cortesía, motivada porque su llegada coincidía con la inauguración de las jornadas por los Duques de Soria. Creo que también estaba Tàpies. Reconozco que no fue mi admiración por la Gaite (entonces no era para mí lo que hoy es) lo qué me llevó a coger el móvil y ponerme como una burra (estoy segura de que eso fue lo que hice) para que alguien fuera a la estación de autobuses a hacer la foto. Me movió mi amor por la literatura, que sin duda es mucho más grande que el que siento por el boato y la pintura o la escultura.
He olvidado aquel viaje hasta Valonsadero, donde se erige un hotel con encanto pero entonces todavía sin etiquetar. Imagino que los quince minutos de carretera transcurrieron sin conversación, yo enfrascada en diseñar mi entrevista; ella ajena a mí. Creo recordar que elegimos una mesa en el interior mirando a la maravillosa dehesa que se extiende al infinito, poblada de vacas y sin manchas de asfalto. Preguntó por la montaña que cierra la vista y lleva el nombre del Pico Frentes. Poco más le pude decir, salvo que en su cima todavía hoy se encuentran fósiles marinos. Ella la comparó con el elefante que se tragó un sombrero en el mundo de El Principito. Apunté la metáfora, pues bien me podría servir de arranque. Durante la conversación, que duraría en torno a una hora, yo andaba mucho más preocupada en conseguir contenido para dos páginas de entrevista que en escuchar a mi interlocutora. Sobre todo, cuando fui plenamente consciente de que traspasar el puente que cruzaba hacia su mente me iba a ser imposible. Conforme sucedía la conversación, su intelectualidad y su cultura me alejaban del personaje y de la persona, y entonces me acercaban a la escritora. Y es que Carmen Martín Gaite era eso: una escritora, siempre una escritora. En ocasiones citaba nombres y libros que yo ni siquiera hubiera sabido cómo escribir, no digo ya situarlos en género o país. Cuando un referente me resultaba familiar, como Aldecoa -figura clave en el desarrollo de su discurso-, me agarraba a él, tomando respiro.
Por si acaso lo parece, tras esta descripción, he de negarlo: Carmen Martín Gaite no era pedante. En absoluto. Durante aquella conversación se unió mi falta de conocimientos a su afán por recrear la realidad a través de sus ojos y sus vivencias, en las que la literatura ocupaba un espacio extensísimo. No podía y no quería rebajar el nivel de la conversación. Y hacía bien. Frivolizar o superficializar sus respuestas a mis preguntas hubiera sido una ofensa hacia mi inteligencia y mis conocimientos. Y Carmen Martín Gaite era una dama.
Terminó la entrevista apurando su té y con la promesa de volver al lugar que le había encantado conocer. No sé si ella volvió. Yo sí lo hice. Y conforme pasan los años, y regreso, vuelvo un poco más sabia y más leída; y me recuerdo ingenua, pero sincera en mi admiración y desconocimiento, escuchando a una anciana de cabello blanco, tan presumida que le conocí tres sombreros en un solo día. No cambiaría aquel encuentro. Al principio, cuando a los meses de conocerla me enfrasqué en su obra, me daba de cabezazos por no haber leído entonces más de tres novelas suyas, ningún cuento, ni poema, ni por supuesto, ensayos y conferencias. Hoy me alegro. Y me confirmo en mi alergia a la mitomanía. Lo que tiene que decirnos un escritor nos lo dice en sus libros.

← Entrada anterior

Entrada siguiente →

4 comentarios

  1. Me ha encantado saber de ella, me encanta descubrir la ignorancia que tenemos muchos que nos gusta escribir y leer, y para mi es una gran satisfacción saber de esos escritores que se merecen que los leamos. Marian

  2. Cada una de las obras de Carmen Martín Gaite merecen su silloncito mullidos, saborearlas y sumergirse en sus personajes resulta sumamente placentero. El juego con la palabra, el lenguaje coloquial, esos detalles que nos llevan a abrir diccionarios, internet y resolver incógnitas. Su primer libro me lo recomendó una amiga, me lo sacó de la biblioteca, Nubosidad Variable, un canto a la amid}stad, mi amiga Berta Ares…..

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *